Cosas de arquitectos

Dicen por ahí que la carrera de arquitectura es para locos, y puede que tengan razón. Quién no lo era antes de entrar a la universidad, se dará cuenta de que sus excentricidades aumentarán progresivamente con cada proyecto, con cada entrega final, hasta que cuando llegue al último año ya habrá alcanzado el nivel estándar de locura de un arquitecto. (Si no antes) Y lo más extraño, es que disfrutarás de cada gota de tu creciente locura, y sólo tus compañeros de arquitectura te entenderán. Se los digo yo, que lo he vivido en carne propia. Los arquitectos hacemos y decimos cosas que para el resto del mundo pueden parecer un poco raras, pero para nosotros son de lo más normal y nos encantan. A continuación compartiré unos cuantos ejemplos de esas “cosas raras” de arquitectos, basados en mi propia experiencia.

  • Somos capaces de decir frases insólitas como “me enamoré de un balcón”, y lo decimos en serio.
Si, no miento, en realidad me enamoré de un balcón: fue en Barcelona, en el barrio gótico.  Estaba el un hotel que queda entre la plaza del Pi, y la plaza Sant Josep Oriol, y me han dado una habitación con dos balcones: uno para cada plaza. El poco tiempo que estaba en la habitación, me la pasaba en uno de los dos balconcitos, (no lograba decidirme cúal de los dos me gustaba más) absorta viendo a la gente pasar. Me preparaba una taza de té y me instalaba en el balcón, con los brazos apoyados sobre la baranda. Me encantaba sentir la brisa fresca, sentir que estaba a la altura de las copas de los árboles, que estaba más cerca de la torre de la catedral, y aun así, podía escuchar las risas de la gente sentada en las escaleras de la plaza, o conversando en el café, mientras un músico ambientaba el lugar con su guitarra… esa experiencia no la podía tener en ningún otro lugar que no fuese en ese balcón. Sencillamente eran menos de dos metros cuadrados de pura delicia... Y en la mañana la luz del sol se filtraba entre las romanillas de madera del balcón, iluminando el espacio de la habitación. Me encantaba, era precioso.
Y de la misma manera me puedo enamorar de plazas, de miradores, de calles, y salones, y pare usted de contar. Digamos que los arquitectos tenemos una piel más sensible a las condiciones del espacio, por lo que un lugar nos puede llegar a emocionar y fascinar como ninguna otra cosa en el mundo.

  •  Nadie entiende nuestra manera de hacer turismo
Viajar con arquitectos es una experiencia muy diferente a viajar con cualquier otra persona. Llegamos al sitio con una extensa lista de edificios que tenemos que visitar, y que probablemente a nadie más le interesará ver. Y no importa si están en el medio de la nada, si hay que llegar caminado o tomar un bus por una hora, uno lo hace y con gusto. ¿Que la Villa Savoye queda a una hora de París, y hay que tomar un tren por media hora y luego caminar media hora más? No importa, ¡vamos! ¿Que hay una iglesia espectacular de los años 60 en un pueblito minúsculo de Bélgica donde no llegan ni autobuses? No importa, ¡vamos también!  

  •  Te tomas “selfies” con edificios, y a ti y a tus amigos les parece genial

Ya tus familiares y amigos se quejaban de las fotos de tus viajes porque “hay más fotos de edificios que  de gente” te dicen; pues ahora hemos llegado más lejos: nos tomamos “selfies” con edificios. “Y aquí estoy con Álvaro Siza”, “Ah, y aquí salgo con Renzo Piano” diríamos nosotros mientras mostramos con orgullo las fotos de nuestras vacaciones. Y puedes estar seguro de que cuando las montes en Facebook, todos tus amigos arquitectos le darán “like”, y morirán de envidia.

  • Gran parte de tus recuerdos tienen que ver con el lugar en el que estabas y las sensaciones que este te producía.

Que el cuarto era pequeño y asfixiante, que el rinconcito donde estaba el sillón en el descanso de la escalera era el mejor lugar para sentarse a leer, que el comedor del colegio era inmenso y parecía un galpón con poca luz…hasta que llega el punto en el que piensas que terminaste actuando de tal o cual manera por cómo te sentías en el espacio: que no te quedaste quieta porque te sentías incómoda, que ese pasillo había que caminarlo lento, o que las dimensiones de ese cuarto apelaban a la discordia…

Y al final del día sientes que ves el mundo de manera distinta al resto de los mortales, seres felices menos complicados que nosotros, que no analizan cada espacio que ocupan en sus vidas, ni las sensaciones que le producen. Pero vamos a admitirlo, nos encanta vivir así; es más, no sabríamos cómo habitar este mundo de otra forma, y por eso, amamos con locura nuestra carrera, aunque nos volvamos aún más locos por ella. 

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