Cuentos de Tata II
La casa de Tata era un lugar intimidante en muchas maneras para una niña correcta de nueve años: los muebles eran pesados en masa y estilo, con altos espaldares de colores sombríos y textura áspera. Las camas rechinaban como si se quejaran de tu peso sobre ellas cada vez que te recostabas, y hacían que tu espalda tomara una curvatura sin precedentes. Los gabinetes de la cocina estaban infestados de cucarachas de dimensiones dignas de un clima tropical, e incluso algunas eran voladoras. La casa estaba conformada por tres plantas, de las cuales dos eran un misterio para mí en aquel entonces: la planta inferior tenía un amplio jardín, que con los escasos cuidados de mi abuela parecía más bien una selva; había una mata de mango inmensa en el medio del espacio, y que yo supiera, moraban por ahí un morrocoy anciano y un conejo blanco. La planta alta estaba en desuso, y fuera del alcance de los niños, y según mi abuela se podía llegar hasta el techo, a través de una pequeña terraza escondi...