El azar

Por la ventana, veo en el suelo nevado una minúscula rana. Parpadea un ojo y abre de par en par el otro. Me observa sin moverse. Comprendo que se trata de Dios. Se manifiesta a mí bajo esta forma y mira si he comprendido.
(…)
No existen los milagros, he aquí lo que Dios me ha dicho, a mí, eternamente insatisfecho. Le hago la pregunta:
En ese caso, ¿queda aún algo por buscar?
Todo está en calma alrededor. Cae la nieve en silencio.
Estoy sorprendido por esta calma. Una calma paradisíaca.
Ninguna alegría. La alegría no existe más que en relación a la tristeza.
Sólo cae la nieve.
(…)
Aparentar que se comprende, pero de hecho no comprender nada.
En realidad, no comprendo nada, pura y simplemente nada.
Así es.

-Extracto de la novela “La Montaña de Alma” de Gao Xingjian


Estoy empezando a creer en el azar. No porque piense que la vida es azar, sino porque nuestra ceguera nos hace creer que lo es.
Los eventos de nuestra vida se nos presentan como una serie de ilusiones, un mosaico de imposibles que con cada hora que pasa se imponen y van construyendo nuestra realidad. ¿Cuántas veces no hacemos una pausa en nuestra vida para mirar hacia atrás, y compararlo con el hoy? Es entonces cuando murmuramos desde muy adentro una de esas tantas frases cliché: ¿cómo llegué a este punto? ¿Quién hubiera pensado que estaría aquí, ahora?
Si, a todos nos ha pasado.
Y lo más probable es que no sepamos qué responder. Pero eso no importa, es así y ya.

¡Qué intuitivos son nuestros inicios, que agotadora es la espera, y qué grata es la sorpresa del futuro!

Pero que irónico que justamente yo esté hablando de la belleza del azar, yo, que la tranquilidad y seguridad en mi vida viene de creer firmemente en los finales felices, de creer que sé cómo va a terminar la historia. Yo soy de esas personas que si estoy viendo una película muy dramática me urge preguntar al espectador vecino si la historia tendrá un final feliz. Es imprescindible para tener paz mental contar con la certeza de que habrá un final feliz. Por supuesto muchas de mis amigas me miran con asombro cuando les pido con tal urgencia que me cuenten el final, y claro que se niegan a decírmelo, pero con el tiempo entienden que conocer el desenlace no me hará disfrutar menos la película.
Pero en la vida real no funciona así, no puedo preguntar cómo termina la película, porque nadie tendrá la respuesta. En este extraño mundo, el azar es nuestro fiel compañero, queramos o no. Y lo cierto es, que he llegado a tomarle cariño, hasta el punto que no concibo la vida sin él. –en otras palabras, he aceptado mi ceguera. He comprendido que no sé nada.

Antes, decir esa frase me podía ocasionar la más fuerte sensación de vértigo, era como si al atreverme a pronunciar las palabras “no se” me transportase en un milisegundo al borde del abismo más alto del universo, y escuchara mi voz golpeándome en la cara en forma de un eco interminable.
Pero ahora he aprendido a disfrutar esa sensación de no saber, porque lo que hace es abrir infinitas posibilidades del futuro ante mis ojos, y me da una cierta libertad y ligereza de espíritu que no había conseguido hasta ahora. Y es que, es agotador pretender que te las sabes todas, es agotador usar todas sus energías en tratar de tener todo bajo control, porque jamás lo vas  a lograr del todo. Así fue con esa novela, “La Montaña del Alma”, de Gao Xingjian; no entendía nada, pero por alguna razón casi hipnótica, y muy intuitiva, me moría por seguir leyendo, y la verdad es que ese libro me transmitió mucho más que cualquier otro que he leído.

¿Cuál es el secreto? Confiar. Yo en Dios, ustedes en lo que quieran. Es gracioso, ¿no? Para mi es azar, pero para Él no es ningún misterio. Supongo que dejando a un lado las desventajas de ser un simple mortal, la mayor ventaja de la condición humana es la capacidad que tenemos de sorprendernos de la vida, de descubrir, de conocer, de cuestionarnos, de emocionarnos y de vivir empeñados en entender -pero de hecho, no comprender nada, absolutamente nada…


Por eso me gusta tanto el silencio. El silencio no es un ruido, no, es mucho más que una mera sensación auditiva, es un lugar. En el silencio sólo pasa el presente, ahí no importa lo que pasó y no se sabe lo que pasará. Y al menos por un instante, puedes olvidarte del disgusto que viene de no saber nada, y ser feliz con tu ceguera, y hasta tal vez, creer en el azar…

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