Dentro de la caja negra
Hace unos días fu al teatro de Chacao a ver
Crimen y Castigo, una adaptación del clásico de Dostoievski. Aunque debo admitir
que mi principal motivación para asistir era conocer los espacios del centro
cultural Chacao, diseñado por el arquitecto Micucci, la obra de teatro que usé
como excusa para ir no fue ninguna decepción.
Hubo algunas cosas de la adaptación que no me
gustaron mucho, y una que otra escena que hubiera recortado o incluso
eliminado, pero quisiera hacer hincapié en las cosas positivas: las tres
actuaciones principales me parecieron bastante buenas, en especial la
interpretación del inspector, que sin duda fue lo más genial de la obra junto
con la música, la cual me resultó verdaderamente impactante, y siento que ayuda
mucho a crear un aire de tensión que acompaña las acciones del protagonista. En
términos generales me pareció una buena obra y por supuesto súper interesante.
Pero mientras bajaba las oscuras y estrechas
escaleras del balcón, tomé una resolución: NO IRÉ MÁS NUNCA AL TEATRO. ¿Por
qué? Pues porque me resulta demasiado abrumador, desde el momento en el que me
siento en la butaca y cierran las puertas me siento como si estuviera dentro de
una gran caja negra que me transporta a otro universo, donde pierdo el control,
donde ya no decido nada sobre los eventos que acontecen. Y por si fuera poco me
embriagan los sentidos con los juegos de la iluminación, con imágenes
proyectadas sobre la escenografía, y con una serie de sonidos alucinantes. ¿Acaso
creen que ya no es suficientemente emocionante la experiencia del teatro
tradicional, que hay que agregarle toda esa cantidad de efectos? A veces me
pregunto si el hombre de esta época tecnológica está consciente de lo irónico
que es generar sensaciones a través de las máquinas. ¿Será que ya no las pueden
generar desde su interior, y necesitan construir un objeto para producirlas de
manera artificial?
Pues yo todavía siento. Y demasiado. No necesito
que me ataquen simultáneamente los 5 sentidos para emocionarme. Pero tal parece
que esa es la tendencia de los espectáculos de hoy en día, y los jóvenes sólo
buscan enajenar sus mentes. Los conciertos son cada vez más ensordecedores y las
luces más delirantes, en el cine ya no basta con la gran pantalla sino que
ahora las películas son en 3D y hasta en 4D, con butacas que te sacuden. Para
mí es simplemente demasiado. Pareciera que el objetivo de los artistas es
producirte taquicardia con su show. Recuerdo que cuando vi Harry Potter y Las Reliquias de la muerte - parte 1, en estreno en
el cine, un espectador que se encontraba en la primera fila se desmayó en medio
de la película; me pregunto si debo darle una palmada en la espalda al director,
y felicitarlo diciendo: “¡lo lograste!, alguien se desmayó de la emoción
durante tu película” Y cuando una amiga me contó que prácticamente se le paró
el corazón por un instante de éxtasis durante el cierre de un concierto de
Bruno Mars, ¿debo declarar a este sujeto como uno de los mejores artistas de
nuestra época porque sus conciertos son de infarto?
No soporto estar ahí adentro, sentirme 1 entre
otros miles, como si fuera tan sólo un cuerpo más que conforma esa gran masa vibrante
frente al escenario. Nunca he ido a un concierto en petit comité, de esos
intimistas en los que el músico improvisa con las versiones acústicas de sus
canciones, pero me encantaría tener esa experiencia, porque a decir verdad, ya
fui a un gran concierto masivo, y, así como dije al principio de este artículo
en cuanto al teatro, ahora lo digo con los conciertos: NO PIENSO IR MÁS NUNCA A
UN CONCIERTO MULTITUDINARIO. No lo soporto. Mi sistema nervioso no lo digiere,
y mi materia gris no alcanza a analizar todo lo que sucede, por ende mi cuerpo
entero entra en shock. Es en serio. Aún recuerdo con claridad cómo me sentí
durante los primeros 45 minutos de aquel concierto: cuando los músicos salieron
al escenario, todo el público se levantó de sus asientos, excepto yo, porque
simplemente mis piernas me lo impedían. Estaban temblando. Sudaba frío. Trataba
de cantar y gritar pero se me cortaba la voz. Mi corazón se aceleró a un ritmo
inconmensurable.
En cuanto al cine, hay ciertas películas que
prefiero comprarlas en DVD y verlas en mi casa, donde la caja negra está frente
a mí y yo la manejo con el control remoto, en vez de estar inmersa en ella. Todo
el ambiente de la sala de teatro o incluso de la sala de cine –aunque en menor
medida- te obliga a involucrarte más con la historia que estás presenciando. El
hecho de saber de que con tan sólo dar unos pasos y subir al escenario puedo
tocar en carne y hueso a los personajes, me hace creer que son parte de mi
mundo, que están tan vivos como yo, y por lo tanto que compartimos una misma
realidad.
Para mí, la caja negra no presenta ningún
atractivo, yo no voy al cine, al teatro o a un concierto para vivir emociones
extremas, eso lo vivo todo los días, cuando leo un libro interesante, cuando me
siento un rato frente a la ventana a escuchar el silencio, cuando veo el
atardecer… no necesito un auditorio oscuro, un show de luces ni miles de
millones de decibelios golpeándome al oído para sentirme viva. Esas situaciones
tan sólo logran alterar mi sistema, quitarme la paz mental. Así que yo
definitivamente prefiero no volver a entrar más nunca a la caja negra.
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