Los miércoles
Amo los miércoles. Ahora
que lo pienso debe ser mi día favorito de la semana… ¡Si, en efecto lo es!
Pero, ¿por qué? Quién no ha
exclamado alguna vez: “¡¿aún es miércoles?!”
en la oficina o en el salón de clase, arrugando el rostro con un gesto de
dolor. El miércoles significa que aún queda media semana por delante, que estás
a medio camino y si no agarraste suficiente impulso el lunes, pues tendrás que
agarrar fuerzas hoy, para llegar al viernes.
Pero para mí el miércoles
no tiene nada que ver con eso, los minutos y las horas que componen a ese día
no son terrenales ni humanas, ni se miden con agujas de cualquier reloj. ¡Es
más, no sé ni cómo se miden! Son 24 horas extraídas de otra dimensión, en las
que el tiempo es relativo y las cosas van a otro ritmo.
Hasta hoy, mi amor por los
miércoles era algo intuitivo, sin mucha lógica, sólo sabía que suelo ser feliz
ese día particular de la semana. Como cuando un niño descubre cuál es su color
favorito. Le gusta, le contenta, le pone de buen humor. No sabe por qué y no lo
cuestiona.
Así estaba yo: contenta, de
buen humor, en mi ambiente de miércoles por la tarde… cuando de repente sentí
que comenzaba a pegar el tedio. Entonces estiré los brazos, y dejando curvar el
torso, me paré, tomé un pincel, y solté la mano. Decidí, con una dulce claridad
mental, que quería pintar; entonces pinté, así de fácil. Sacudí la fatiga
mientras el pincel sacudía las gotas de pintura sobre el papel.
Al lanzar la primera
pincelada sentí aflojar mis músculos de la espalda. Bajé la mirada y note que
me había manchado los dedos de pintura. Sonreí ligeramente…
Recordé entonces los
tiempos de la última década, y me vi arrodillada en el asiento del autobús
escolar, ansiosa, viendo hacia adelante, contando los minutos que faltaban para
llegar a la casa del jardín.
Una vez a la semana –cada
miércoles por la tarde- tenía el privilegio de pasar unas horas en ese sitio:
había un pequeño taller de pintura en el extremo norte del jardín, al lado de
una colina. El aroma a trementina de pino se mezclaba con el de la tierra
mojada. Escogía colores, telas, puntos de vista. Buscaba pinceles, mojaba
trapos, manchaba lienzos. Me sentaba en un taburete que cojeaba, y conversaba
con un artista. Nos sentábamos alrededor de paletas arrugadas por el óleo y la
pintura al frío, para inventar una historia a partir de sus manchas.
Ojeaba libros de
caricaturas, comía helado y me acostaba en la grama sin importar que se
ensuciara el uniforme.
Si, el miércoles era un
buen día; igual que hoy…pareciera que no hubieran pasado los años. Aún me
invade esa misma sensación de libertad a la mitad de la semana, es como si ese
día mi mente siente que tiene permiso de pensar en otras cosas…cosas que derogaría
el resto de la semana.
Como por ejemplo hoy: mientras
caminaba al lado de los muros de un castillo que ahora es una cárcel, me
dispuse a pensar en la libertad.
A veces veo a los presos
salir en su receso: salen a fumar y tomar aire, conversan un rato afuera,
tranquilos. A media cuadra de la cárcel hay una academia de música. A veces, si
tienes suerte, puedes escuchar a algún joven practicando tocar el saxofón. Al
lado de esa escuela estudio yo, en la facultad de arquitectura. Mientras pienso
en estas cosas ligeramente, en su linealidad y su desconexión, mi mente se entretiene
con preguntas extrañas, como por ejemplo si con la colilla de un cigarrillo se
puede pintar sobre el concreto…o si un preso se llegara a escapar ¿cuál sería
el primer lugar al que iría, y por qué? Si Banksy pudiera hacer una de sus obras
en los muros de este castillo convertido en cárcel, ¿qué dibujaría?
Seguí caminando. Dejé la
cárcel atrás y crucé en la esquina. Aún en la universidad los miércoles son mis
días más artísticos. En la USB recuerdo que sólo tenía el curso de plástica y expresión gráfica en horario
vespertino los miércoles. Igualmente aquí, en la UCL los miércoles veo las
materias de color y ambiente construido
y expresión.
Parece que el miércoles
tiene algo con el arte, y los dos tienen algo conmigo.
Me encanta.
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