Un poema al silencio
Hoy, cuando le dije a una amiga que había escrito un
poema, me topé con un determinante y curioso “¿sobre quién?!” a modo de respuesta a mi penosa afirmación de
artista amateur en plena experimentación.
¿Cómo que sobre
quién? Pensé, y de sopetón le hice saber que no era de nadie mi poema.
Aunque de hecho, mi pequeño texto si tiene un protagonista,
indudablemente. Es alguien a quien deseo con todo mi ser en este momento de mi
vida –de hecho siempre lo he deseado, pero ahora más, mucho más- Es más, lo
necesito: mi alma se nutre de su compañía, y mi mente se calma en su presencia.
Hablo del silencio.
El antecedente y el presente:
Dado que estudié en un colegio católico, y siempre
simpaticé con los rituales religiosos, crecí creyendo que irse a un corto retiro
de silencio de tres días una vez al año es una práctica sana para la mente y el
espíritu. En aquellos primeros años de juventud, a mis compañeras les resultaba
sumamente incómoda la idea de pasar tres días viéndonos las caras, leyendo
libros de frases de santos y evitando a toda costa el consumo de chucherías. Por
el contrario, yo disfrutaba mucho de la experiencia y desde que me montaba en
el autobús ya me ponía en una onda meditativa y relajada. Mis amigas me tildaban
de ‘profunda’ pero en realidad yo no hallaba cómo explicarles que yo me sentía
más ligera que nunca durante esos días de retiro.
Durante los últimos meses me he dedicado día y noche a
trabajar en mi proyecto de grado; y he adoptado la costumbre de poner ‘Café CNN’
de fondo en la televisión durante las mañanas mientras trabajo en la laptop. Después
de haber visto noticias por más de dos meses seguido sin parar durante cuatro
horas diarias, he concluido que al mundo le vendría bien irse unos cuantos
días de retiro en total y completo silencio –incluso más que a mí- Pero en fin,
el mundo es el mundo y tendrá sus maneras de arreglar sus rollos, aunque sea
enredándolos más, como un trompo borracho de su propia historia.
Yo por mi parte, en cuanto pueda irme un rato lejos de
todo, les aseguro que lo haré; mientras tanto, le dedico este poema a mi amor
del momento: mi tan deseado silencio.
(Sin embargo, antes de presentar el texto en cuestión,
me siento en la obligación de advertirle a mis curiosos lectores que no sé nada
de poesía, y menos de cómo escribirla; que mis únicos referentes han sido el
chileno Pablo Neruda y el uruguayo Mario Benedetti, por lo que he llenado mi
cabeza de una poesía triste con tintes romanticones, proveniente del cono sur
del continente. Indudablemente son dos grandes maestros de las letras, y aunque
lo he intentado con todas mis fuerzas, siento que aún no he aprendido nada de
sus grandes lecciones.)
Sin más preámbulos, los dejo a solas con el poema.
Las partículas de mi silencio
Mi vida está compuesta de partículas de silencio
No son mías, no las puedo tocar ni almacenar
Sin embargo conforman mi mundo
Son ínfimas criaturas inquietas que revolotean a mi
alrededor
Están rotas, disgregadas, quebradas
Y yo no las puedo agrupar
Se las reclamo a esta bulliciosa ciudad, se las
suplico a la vida misma
Oh, Gloriosas partículas primigenias de lo más íntimo
de mi ser!
Cómo las deseo, cómo las quisiera poseer.
Cuando la desesperanza pulula el presente y mancha el
esperado futuro,
Ahí están ellas, las partículas de mi silencio
Para consolarme en su eterno vacío existencial
Ahí existo yo y nadie más
Ahí conviven todas las cosas,
Todas las visiones y los sonidos, los sabores y los
aromas.
Ahí juegan libremente las tan buscadas partículas
Pero no hay manera de atraparlas: son intocables,
inalcanzables, incalmables
Las partículas de mi silencio
Son una presencia ineludible,
en el medio de la nada
Son las partículas
de mi silencio.
Definitivamente pienso que te subestimar porque tienes ese don de comunicar y transmitir tus sentimientos, tu estado, tu visión de lo significativo. Gracias por compartir un pedacito de tu bello mundo interior
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