Noches de dictadura: la madrugada del 6 de abril

¿Por qué será que me cuesta tanto escribir de cosas que me disgustan? Mi predilección por lo lindo, lo cuchi, lo agradable llega hasta tal punto que he convertido conscientemente a la tristeza en melancolía. (Si tienen que haber amargura en la vida, al menos que sea “bitter-sweet”).
Lo mismo me pasa con el resto de las artes: no soporto escuchar una canción perturbadora, sostengo  cual mandamiento que “sólo voy al cine para ver algo que me alegre la vida”, y jamás he pintado algo que me parezca feo. No le veo sentido a sufrir porque sí.
Pero hoy, con mucho esfuerzo, escribiré sobre un tema que me disgusta; les relataré un recuerdo de mi vida reciente, porque creo que es importante que se sepa lo que está pasando en mi país, es importante dar a conocer esta historia.
El día que abrí este blog no fue cualquier día. No por azar mi primera entrada empieza con “Cuando repican duro… ¿las campanas o las cacerolas?  
Ese día, el pasado sábado 6 de abril, a las 4:53 a.m. estaba yo sentada en el sofá de mi sala, compulsivamente leyendo cada tweet nuevo, mientras veía de reojo la porción de avenida que se ve desde mi ventana. No había dormido nada. Tenía en el estómago apenas un pan con queso que me había hecho a eso de las 4:00, más por calmar mis nervios que por el gusto.
5 horas antes me había levantado de la cama de un sobresalto, escuché gritos, cacerolas sonando, sentí las pisadas de mi mamá en el pasillo hacia la sala y luego la escuché gritar “¡¿Dónde es la invasión?!” aún medio dormida escuché la respuesta, una mujer gritó desesperada: “¡en el edificio de atrás!, ¡despierten que nos invaden!”  Sentí mi corazón acelerarse como nunca lo había hecho, corrí a la sala, y con voz temblorosa logré preguntarle a mi mamá  qué estaba pasando. Su respuesta fue: “¡aléjate de la ventana Carla!, que se escuchan disparos.”  Se imaginarán los efectos de dicha frase en mi frágil sistema nervioso: mi corazón se aceleró aún más, tanto que me llevé la mano al pecho, asustada. Mis piernas empezaron a temblar.
Luego de haber superado el primer susto, busqué qué hacer. Las horas fueron pasando entre cacerolear y tratar de contactar a la guardia nacional, a la policía, a la alcaldesa, al servicio de emergencias… a alguna autoridad que nos pudiera ayudar. También se le avisó a Globovisión y a otros medios para que vinieran lo más pronto posible. Mi mamá, que decidió bajar a la calle poco antes de las 2 de la mañana, me informaba por celular. Los vecinos empezaron a salir y trancaron la avenida que da acceso a la urbanización. El cacerolazo generaba un ruido ensordecedor, y seguían los disparos y los cohetes en el aire. Una vez que logré comunicarme con la policía me dijeron que ya estaban informados y que estaban tratando de contactar a la guardia nacional, pero que todavía no lo habían logrado. Increíble. Resulta que la guardia nacional no atiende emergencias, así que tocaba hacer presión y esperar en la calle hasta que amaneciera. A eso de las 2 de la madrugada llegó la alcaldesa junto con una patrulla de la policía.
 Los invasores eran en su mayoría mujeres, algunas embarazadas y otras con niños pequeños. Los vecinos de los edificios que tienen vista hacia la calle principal luego contaron que los invasores llegaron en 3 autobuses  rojos de PDVSA, la empresa petrolera del Estado. ¡Qué descaro!
Luego de mucho esperar, a las 5:20 de la mañana llegaron los guardias nacionales en sus motos. Poco a poco fueron saliendo los invasores caminando, con el rabo entre las piernas mientras pasaban por las calles bordeadas de los vecinos. Algunos se atrevían a  decir “¡volveremos!” y otras consignas y amenazas.
Tanto el gobierno anterior como éste hablan de darle viviendas dignas al pueblo. Una vivienda digna no es una vivienda robada, una vivienda digna no es una vivienda que no tiene los servicios básicos de agua y electricidad, porque todavía no se ha terminado de construir.
Este tipo de acciones parten más del odio que de cualquier otra cosa. ¿Creen que fue casualidad que decidieran invadir este edifico en particular? No, para nada. El edificio en cuestión –una obra privada, que se estaba llevando a cabo en la forma de asociación civil- fue intervenida por el gobierno anterior, en el año 2008 a causa de un nuevo decreto que afectó, no sólo a éste sino a muchos otros edificios privados. El gobierno entonces mandó a  paralizar la construcción. 
Luego dicen que las invasiones no las promueve el gobierno… ¡Señores! Este gobierno aborrece la propiedad privada, aborrece a los ricos, pero cuando llegan al poder son ellos los que roban, son ellos los que llenan sus cuentas bancarias en el exterior, son ellos los que compran inmuebles.
Se tuvo que tomar medidas a nivel vecinal: se colocaron unos reflectores para iluminar la fachada del edificio desocupado, se ideó un sistema de alarma entre los vecinos y la alcaldía puso una patrulla de la policía a hacer guardia por el sector y a estacionarse en la noche frente al edifico. Se acordó que debíamos estar preparados para que ocurriera un nuevo intento de invasión, y se dejó claro de que la única manera de defendernos es saliendo a la calle a protestar sin miedo, como lo habíamos hecho.
El 17 de mayo ocurrió otra vez. Esta vez los vecinos estábamos más molestos y prendimos una fogata en la avenida. La guardia se tardó más en llegar, y ya los invasores no eran sólo mujeres y niños sino hombres armados. Pero no pudieron con los vecinos.
Miren, a este país se lo está comiendo vivo la violencia y el caos. Debemos reflexionar, y tratar de enmendar las heridas que están matando a nuestra sociedad. Porque así no podemos seguir viviendo.

Espero más nunca tener que vivir un episodio como el que les acabo de relatar, una verdadera noche de dictadura, donde los  derechos humanos y los principios de la democracia se esfumaron de un golpe. No le deseo a nadie ver lo que yo vi: venezolanos contra venezolanos, recibir insultos de gente que ni conoces, sentir que te están inculpado de algo que tú no hiciste, sentir el ataque de rabia, de odio de los demás. Escuchar disparos en la madrugada, sentir que tu hogar peligra. Sentir que estás en una dictadura y que tú eres el blanco hacia el cual están apuntando.

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