Fenomenología y arte: compartir lo intangible.

He estado investigando un poco sobre la fenomenología, y el estudio de la percepción. Como estudiante de arquitectura me intriga el proceso mental que es capaz de generar en mi mente un mapa de los lugares que he habitado. Y más interesante aún, he descubierto que mi mente hace trampa; es decir, no hace un registro fiel de la realidad, porque me ha pasado que cuando regreso a un lugar luego de mucho tiempo, me encuentro con la sorpresa de que no es exactamente como yo lo tenía pintado en mi cabeza. O también, me ha ocurrido que guardo sólo pedazos de lugares, islas inconexas en donde se que estuve pero no sé cómo llegué. He visto colores que eran más brillantes en mi memoria, aromas más intensos en el recuerdo…hasta el punto en que siento que en mi mente lo que hay es una versión de este mundo, un universo paralelo construido a través de una selecta colección de fotos, con vastos océanos vacíos y espacios intersticiales; una red de lugares y objetos simbólicos que sólo para mí tiene sentido. Ese mundo es lo que se conoce como Lebenswelt, palabra en alemán que traducida al inglés literalmente significa lifeworld, es decir, el mundo de tu vida, el mundo de tus experiencias.
Mientras más consciente eres de tu existencia,  y activas tu parte fenomenológica, tu mundo interno, o Lebenswelt, va cobrando más intensidad y realismo. A mi entender, la fenomenología es un método que sirve para analizar las relaciones complejas que entabla el ser humano en su vida, a través del estudio de las experiencias. Si un lugar te produce una emoción o se quedó especialmente grabado en tu mente, la idea de la fenomenología es descubrir por qué. ¿Qué tiene ese lugar que te hizo reaccionar de esa manera? ¿Qué interpretas tú de ese lugar y qué conexión estableciste con el mismo?
Claro que, mientras más desarrollada tengas tu sensibilidad, vas a establecer una mayor cantidad de diálogos complejos con los lugares, las situaciones, las personas y las cosas. Por eso es que yo me he interesado en este tema tan filosófico y difícil de entender: para quienes no lo sepan, yo llevo ya 23 años viviendo mí día a día con una hipersensibilidad aguda. Y es hermoso vivir así, sin  duda alguna,  pero debo confesar que también es agotador, porque para mí la acción de tomar té es poner en práctica una filosofía, pasar 9 horas en un avión es viajar en el tiempo, sentir la brisa sobre mi rostro es saludar a Dios; y ver un pedacito de cielo pintado de rosado o naranja escondido entre el perfil de la ciudad al final del día, es algo que no tiene precio. Todo es una experiencia única e inigualable.
A veces hay tantas emociones que quiero compartir con los demás y simplemente siento que las herramientas que tengo no son suficientes para expresar tales cosas sublimes. Un hombre muy sabio una vez me dijo que el arte es una manera de reivindicarnos con la vida, un intento fallido de no quedarle mal a la existencia misma, de no hacerle trampa a la vida. Cada vez que escribo intento llegar más allá, decir eso que no se pronunciar, redactar eso que no logro ni organizar en mi cabeza, armar ese collage que forman mis recuerdos, para poder compartir con los demás aunque sea un pedacito de mi mundo interno, de mi lebeswelt. Trato de hablar cuando siento que no tengo como, que no hay nada que pueda decir o hacer que exprese lo que siento. Escribo desesperada por vaciar mi interior, y sabiendo que, aunque mucho lo intente aún sentiré que no llego, no alcanzo tan alto. Y es en ese preciso momento cuando me siento más humana que nunca. Más mortal, más efímera, pero plena. ¿Cómo compartir esa sensación de plenitud? ¿Cómo hacer que los demás vean algo que ni yo puedo dibujar?
Por eso cuando alguna amiga me comenta que se sintió identificada con mi relato, o que entendió perfectamente lo que yo estaba sintiendo, me emociono y me siento satisfecha, porque eso significa que estuve más cerca de alcanzar la meta, que estoy logrando establecer un verdadero diálogo.
De igual manera, cuando veo una pintura o una película, o leo un libro con el cual logro entablar una verdadera conexión me emociono, y me siento, aunque suene un poco extraño, conectada con el resto de la humanidad. Como por ejemplo cuando vi ayer la película de Sofía Coppola, Lost in Translation. Quedé perpleja porque sentí que ella lo logró: como directora de la película, logró sumergir al espectador en el mundo fenomenológico de los personajes, a través de sus experiencias. Yo estuve en Tokio, vi las luces de la ciudad y esuché el incesante corneteo, me senté en el bar y probé el whisky extraño de marca Suntory, incluso comprendí al menos una milésima parte de lo que se debe sentir estar perdido en la vida, como lo estaban los dos personajes principales, aunque yo -gracias a Dios- jamás me he sentido así.
Por eso en la última escena de la película–fabulosa escena por cierto- no me importó en lo más mínimo no saber lo que le dijo un personaje a otro al oído, porque me bastó con compartir esa sonrisa, esa sensación que quedó en el aire luego de que se despidieron.
No puedo explicar muy bien por qué me encantó tanto esta película, por qué sentí un cosquilleo en la barriga mientras veía al personaje de Bill Murray alejarse entre la muchedumbre, con la canción “Just like Honey” de fondo. Sólo sé que me transmitió mucho, que me sentí humana, conectada, inspirada, y cuando un artista logra eso con su obra, pues en mi humilde opinión, ya puede morir en paz.






P.D.: este artículo me tomó más de tres días para terminarlo. Varias veces le hice frente a la pantalla blanca y azul de Word con mucho que decir, pero incapaz de encontrar las palabras adecuadas para decirlo. ¿Qué son todas las palabras del idioma español que puedo conocer, en comparación a la cantidad de sensaciones y experiencias que quiero transmitir…?  No se si lo estoy logrando, pero al menos lo intento...

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