El patatús nacional



Vivir en Venezuela siempre ha sido una experiencia súper intensa, como practicar un deporte extremo, a diario. Pero estas últimas semanas han sido de una locura descomunal, incluso para los estándares de nuestro país.
La situación actual que se vive en las calles de la capital es espeluznante, la gente anda como gato engrinchado en Halloween -o en este caso en Navidad- con los pelos de punta, atento a donde pisa y pelando los ojos para que no se le escape nada. En algunos el brillo en la mirada es un brillo de esperanza, en otros lamentablemente es una expresión de temor, como quien abre los ojos a todo dar en medio de la noche oscura, rogando que si se le aparece un monstruo en frente sea capaz de vislumbrarlo. Tratar de mantener la cordura en esta realidad que estamos viviendo es una tremenda proeza. Yo llevo ya unos cuantos días tomando pasiflora, rezando como una monja y evitando las estresantes colas para comprar comida en los supermercados. Pero aunque uno se defienda a capa y espada de todas esas cosas, es imposible no sentir el estrés suspendido en el aire.  ¿Saben cuando está a punto de caer un palo de agua, durante la época de lluvia, cuando el cielo se llena de nubes, formando un techo bajo y asfixiante, aprisionando la humedad y alargando la espera? Pues así se siente el ambiente social y político en Venezuela en este momento. –y económico también, por supuesto-
Si el país fuese un paciente psiquiátrico, ahora estaría caminando frenéticamente de un lado al otro en el pasillo del consultorio, con un tic nervioso en el ojo izquierdo y otro en la pierna derecha, casi cojeando. En su interior estarían en conflicto la esperanza y el miedo, mientras todo su organismo concentra sus energías en hacer un esfuerzo descomunal para evitar sufrir un patatús.
Lo que pasa es que la ansiedad se lo está comiendo vivo -y ojalá fuese sólo ansiedad! es también desconfianza crónica, depresión aguda, desesperanza, agotamiento…
Decía entonces, que estas últimas semanas han sido particularmente estresantes, pero lo que más me ha impresionado es cómo se avizora el temido y esperado domingo 6 de diciembre, día de las elecciones parlamentarias. A pesar de que ya se acerca la fecha, aún me es imposible ver si después del barranco nos podremos deslizar contentos por las aguas frescas de la cascada hasta caer suavemente en un mar de felicidad, o si las rocas nos ganarán y nos golpearán en una espantosa caída libre, hasta que terminemos hechos papilla, en el suelo.
He visto con asombro como todo un país se ha entregado a le espera de la llegada del famoso día llamado el 6D. Absolutamente todos los planes de la vida de los ciudadanos se han visto subordinados a un antes y después del 6D, como si ese día fuese a ocurrir un cataclismo, un patatús nacional. Todas las diligencias pendientes se intentan finiquitar con apuro antes de la fecha, especialmente un mercado copioso de alimentos no perecederos, medicinas y agua; mientras que las decoraciones navideñas de la casa y el montaje del arbolito quedaron para después. -Dentro de esta situación de un estrés y una tensión aguda no hay cabida para pensar en cosas agradables y tranquilas como  la navidad.-  
Por supuesto que en mi cabeza tengo varias teorías de lo que podría pasar este próximo domingo, pero en el fondo sé que no hay país más impredecible que el nuestro y en realidad no tengo la más mínima idea de lo que pueda pasar. Lo único que sé –y sólo porque salta a la vista- es que estamos enfrentando un tremendo patatús nacional.

Que Dios nos ayude a salir de ésta. 

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