El pecado de la arquitectura moderna
Estaba
yo caminando por el campus de MIT, haciendo un tour de arquitectura por el
lugar. No había encontrado aún el Simmons Hall, el famoso edificio de
residencias estudiantiles diseñado por la firma de Steven Holl. Decidí
preguntar en una cafetería. Un joven de rasgos asiáticos con lentes me
respondió diciendo: “es un edificio súper feo con un montón de ventanitas, no
hay forma de que no lo veas.” Se me escapó una sonrisa. “Sigue recto por esta
calle y pasa las canchas deportivas” para terminar su explicación repitió con
toda la seriedad de mundo: “es un edificio grande muy muy feo con muchas ventas pequeñas, está como a 5 minutos caminando
de aquí” Le di las gracias y me di la vuelta, sólo para soltar una carcajada
silenciosa.
Dos
días antes, un vigilante en Harvard con mapa en mano, me ayudó a llegar hasta
el Carpenter Center for Visual Arts, obra del maestro Le Corbusier. Estaba
seguro de que lo ubicaría fácilmente, porque como él mismo me dijo: “es el
único edificio que parece que no pertenece aquí”
“Hmm…”
pensé yo.
Mientras
caminaba, una vorágine de interrogantes sobre los límites de la innovación y
los fundamentos de la arquitectura inundó mi mente. ¿Para quién se diseña estos
edificios? ¿Es negativo que generen ese tipo de reacciones? ¿A los estudiantes
les gustará vivir en estos espacios? ¿Qué ventajas reales vienen de crear
fachadas tan poco convencionales e impactantes? ¿Será que de verdad el Simmons
Hall es un edificio FEO? ¿Qué determina que un edificio sea feo o bonito?
En
cualquier escuela de arquitectura, referirse a un proyecto como feo o bonito es
un pecado. Nuestros profesores predican que la belleza de una obra
arquitectónica está en su esencia… un concepto generador, una idea clara y bien
desarrollada. Si, excelente, ese método funciona entre nosotros los
arquitectos, pero, para los mortales comunes que habitan nuestros diseños, no
existe tal teoría, las prohibiciones en el uso de ciertos adjetivos desaparecen
y los edificios pueden ser feos o bonitos a su antojo. Puesto así, pareciera
que vivimos ensimismados en nuestra profesión… ¿no lo creen? Tal vez nos
vendría bien una mayor dosis de realidad y apertura.
Estas
experiencias también me llevaron a confirmar que la leyenda de los edificios
ovnis es cierta. Tengo testigos: un vigilante en Harvard vio uno con sus
propios ojos. Si, un ente extraño, de color grisáceo y con unos brazos largos
que lo atraviesan, está elevado del suelo y no hace contacto con sus vecinos. Es
un bicho raro.
Entonces,
¿cuál será el pecado de la arquitectura moderna? ¿El egoísmo… la vanidad…? Pero
antes de emitir el juicio final, es importante recordar que, como bien dijo
Aung San Suu Kyi, “Un santo no es más que un pecador que sigue intentando”
Carpenter Center for Visual Arts. Le Corbusier. |
Simmons Hall. Steven Holl Architects |
Muy interesante tu reflexión como futuro arquitecto. Es verdad, ¿para quién se diseña?, el que te guste o no depende del lente con que se mire... supongo¿?
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