La noche en la que nos burlamos del horizonte.

Me gusta hablar de la luna contigo; sabes conversar sin pretensiones, y eso me agrada. Para ti no hay prejuicios ni limitaciones, para ti las líneas son tan sólo sucesiones de puntos desarmables, por lo que el horizonte para ti, no significa nada.
Un día que la inspiración me agarró desesperada te dije: “Quiero burlarme del horizonte contigo, enséñame cómo lo haces.”
Entonces me miraste con el cariño de una amistad entrañable, y después de un instante de silencio me explicaste tu secreto: “Mira, es sencillo, verás que mientras más te acercas a la línea del horizonte más se separan los puntos que la conforman.” Hiciste una pausa; y con la mirada clavada en el pedacito de océano que se asomaba entre los tejados, parecías encantado con tu propia teoría de disolución del mundo.
Luego continuaste: “La línea se vuelve porosa ante tus ojos, hasta que la permeabilidad le gana. ¿Ya viste? El horizonte es frágil, como todo lo demás”
Me miraste y me regalaste una sonrisa. Yo también te miré detenidamente mientras tus palabras se asentaban en mi alma como retacitos de la más ingenua ilusión humana.
“Ya sé, vamos a la playa!” te dije emocionada.
En un primer momento te asombraste de que una propuesta de tal índole viniese de mí: ir a la playa en una noche de otoño así, de manera tan espontánea. (¿Qué hora era ya, la una, dos de la mañana?) Sin embargo de inmediato vi aparecer ese brillo tan propio de tus ojos, y con el entusiasmo que salta de tu espíritu aventurero aceptaste mi propuesta sin cavilar. Me diste la mano para ayudarme a levantarme, y entre risas y gritos de guerra que clamaban “vamos!, la playa será toda nuestra!” nos pusimos en marcha a bajar las laderas de tu ciudad, recorriendo sus callejuelas empinadas y tristes a un ritmo acelerado.
En cierto modo quería hacer míos tus rincones preferidos de la ciudad, quería que hasta el más íntimo espacio tuyo también fuera mío: la terracita de Cerro Alegre en la que estábamos sentados, la curva solitaria en la que te paras a descansar camino a tu casa, el marco ancho de la ventana de tu cuarto, en el que te sientas a ver el cielo, y ahora la playa, tú playa también sería mía, si tú me lo permitías.
Nuestro camino hacia el mar estuvo iluminado por la luz de la luna, que había vuelto clara la noche y me permitía, aún a esas horas, reconocer los alegres colores de los muros de las casas que pasábamos de lado y lado.
Cuando llegamos abajo, nos detuvimos de golpe frente a la baranda, tratamos de tomar aire y observar el horizonte todavía con la respiración acelerada y los pies hinchados y palpitando, como un jugador que enfrenta por primera vez a su mayor contrincante, lleno de expectativa. Un último alarido de guerra bastó para reanimarnos e impulsarnos a bajar las escaleras hacia la playa; gritando, me quité los zapatos y me tiré en la arena, tú corriste hacia la orilla y volviste declarando eufórico lo helada que estaba el agua.
“Si aquí el agua siempre está fría, ¿acaso esperabas otra cosa de tus tierras sureñas?” te pregunté entre risas.
Me enderecé y te pedí que te sentaras a mi lado. Dejamos pasar los minutos sin ningún apuro y en silencio, mientras la visión del mar nos apaciguaba la mente y el cuerpo. El viento soplaba con fuerza, y sentía que al respirar profundo el espacio de mis pulmones era tomado por asalto, llenándose hasta el más recóndito milímetro de un aire vivo y fresco.
Pasaste tu brazo por detrás de mi espalda hasta tomar mi hombro con tu mano, la cual acaricié con mi rostro haciendo un gesto tierno, como de niña.
Fue en ese preciso momento, ahí acomodada en tus brazos, apoyada sobre un lado de tu cuerpo, y compartiendo tu pedacito de playa que recordé que me iba en tres días. Una tristeza inmensa invadió mi espíritu, pero tú no notaste nada, seguías tranquilo, abrazándome y viendo al horizonte, como teniendo una conversación pacífica con él. 
Entonces me quedé quieta, intentando que el universo entero se quedara inmóvil con nosotros, y nada más tu playa siguiera andando, con el vaivén de las olas del sur, y los puntitos de luz en el horizonte disolviéndose lentamente frente a nosotros, como estrellas en su última víspera.

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